viernes, 20 de julio de 2007

13 de 15

Entré al bar un poco más tarde que cualquier otro miércoles, eran las diez menos cuarto. Esto de trabajar horas extras sin paga me sigue matando. En el Malasaña nada interesante, dos mesas llenas, la mesa de billar atolondrada con el abuelo y el grupo de Oaxaca. Todo en entonado cotidiano. Mas cuando me dirigía a la barra un silencio medido llamó mi atención (los silencios medidos taladran) al fondo del bar del lado izquierdo una voz de mujer hablaba poesía... no me volví a ella, sonaba a Benedetti. En un principio pensé que recitaba para una pareja que en ese preciso momento debía de estar en algún otro lado; lo único que me vino a la mente fue el baño. Hay que estar acostumbrado para poder escuchar poesía dado que la primera impresión de un gran poema aterriza en el estómago. Llegué a la barra, no tengo miedo de sentarme a tomar solo y no me considero aficionado de las barras, visto como un problema de comunicación, pues nunca le he dado mayor importancia a mi avidez por la bebida. En esa ocasión decidí la barra por mis imperiosas ganas de ser atendido pronto, la sed es implacable cuando el tiempo se alarga entre los tragos.
Me senté, Don Jesús me acercó el plato de cacahuates que nunca he probado y un vaso repleto de hielos. “Ahora sí. ¿Qué te voy a servir, Pancho?”, casi nunca contesto esa pregunta, generalmente saludo y después él va por una botella de güisqui y la deja de su lado de la barra pero frente a mí, “de todas maneras no tiene caso que perdamos el tiempo en regresar por ella, ¿o sí?" Silencio.
El bar era el mismo pero al intrusa poeta me empezaba a intrigar, yo escuchaba su voz, la plática de las dos mesas detrás de mí y el tono oaxaqueño en la mesa de billar... pasaron dos vasos sin que escuchara a algún acompañante. No sé, podían ser muchas cosas pero después de veinte minutos notabas que ella no leía para nadie, sobre todo porque repetía versos aislados subiendo el tono, o susurraba la última palabra de casi todos los poemas. Terminé por volverme para buscar sus labios-poesía. Seguía sola, el libro frente a ella sostenido por las dos manos; no tomaba, eso seguro, el vaso sobre la mesa había extraviado los hielos a manos de la temperatura nocturna. Me terminé el güisqui y esperé a que Don Jesús me sirviera el siguiente (parece que ese trago fue le tercer verso del primer cuarteto... soneto ineludible), lo levanté y empecé a caminar hacía su mesa.
Dos días después supe que el poema que ella leía cuando me acerqué a su mesa era Bienvenida, hay días en que la vida te patea la espinilla de una manera divertida.


-... yo nostalgio, tú nostalgias y cómo me revienta que....

sigue..