lunes, 23 de julio de 2012

al tío Daniel

Homónimo/homónimo...

Siento haberme separado de tu abrigo después de los diecinueve, en ese momento era tanto lo que no podía contarte por lo mucho que hice.... que hago, faltando a tu consejo. Consejo de pocas palabras, consejo contundente y sabio. Hoy regreso a ti para llorarte, para abrazar las lágrimas de mis hermanos Villarmet, para consolar a mi tía maravillosa, fiel, hermosa. Hoy regreso a ti para contarte de mi vida, para escucharte con el viento, vengo a saludarte tío, porque jamás te diré adiós.

Tengo el privilegio de haberme sentido parte de ustedes, día a día, a travesuras, a regaños y mimos me volví suyo durante toda mi infancia. Privilegio que cualquier niño debería de agradecer al infinito, por tener dos padres y dos madres, y más hermanos que aquellos que le vienen de sangre.

Hoy te recuerdo los sábados camino a tu casa del centro después de misa con el padrecito futbolero que nos permitía regresar a tiempo para terminar de ver el partido, recuerdo el pan dulce, las quesadillas y la leche con chocolate, te recuerdo en algunos partidos de los Gallos, te recuerdo en los lunes de las cuentas en la granja, los sábados en la ruta de quesos a Santa Bárbara, los domingos de los yannickinos y los bolis en la quesería, te recuerdo de portero con el equipo del rancho, como Santa en una noche mágica en la granja donde la única luz era tu sonrisa. 

Hoy hago memoria y sonrío con el corazón destruido, nublado, triste. Hago memoria amarrado del amor que le tienes a tus hijos, a tu esposa, a tus nietos, a las pequeñas fascinaciones cotidianas, a tus bromas, al café, a las vacas, al queso, al fútbol... a Dios.

No hay más fuerza de voluntad que la tuya, ni más amor de esposo, padre y maestro que el que recuerdo en tus ojos. Sé que hoy despilfarraré las lágrimas que tengo acumuladas, pero de las que vengan siempre habrá muchas, muchas reservadas para ti.

Y te sufro como hijo porque eres como mi padre y como el padre de mi padre.

Pepe Celaya

jueves, 5 de julio de 2012


Abandoné la ventana de nuestro departamento cuando el cuadro se armaba de gente-tejido en una alfombra descompuesta de varias cuadras. Volví a mis dos hijas que estaban sentadas frente a mí con la mirada lejos (tal vez en la casa de verano de la familia de su madre), este verano les tocaba pasarla conmigo en un doceavo piso en el centro de la ciudad sin otra diversión que las ocurrentes visitas de mis amigos. La revolución seguía apunto de estallar desde el domingo.
Ellas con su cabello totalmente descompuesto y las carcajadas contenidas por labios respetuosos de la poca autoridad que todavía les represento.
-Será que venga Daniel, pá
-No creo
-¡Ojalá que sí!... él huele chistoso
-Es gasolina, en otros tiempos olería a cigarros
-O a güisqui
-No, a eso huele cuando sale de aquí...
Un reflejo me hizo volver a la ventana, ya con la cascada en fadeout de sus  risas y los veloces pasos alejándose del estudio. Entonces entendí que se desvanecía otra revolución bajo dos hipótesis: una, en este lugar no faltan revolucionarios, faltan líderes extraordinarios; otra, todos somos cobardes.


no hay más amor que el imposible