viernes, 12 de junio de 2009

7:35

Los días nos amarraron los dedos. A ti los míos... continúa tú, yo sé que sabes lo que iba a escribir. Empieza otra crisis interminable, tú con tus visitas de Santa Cecilia, yo con los libros en el suelo del departamento. Ahora estoy seguro de que mis cartas con borregos jamás llegaron o nunca las abriste. Es increíble lo que un pueblo tecnológico puede hacer con la gente; primero una exposición en excedente, después el abandono.
Me siento comprometido, te platico.
Regresé a los bares de antes, a los de la generación olvidada y confieso que las mujeres son más atractivas, las cervezas más caras y los güisquis imposibles. Nadie con tu arrebato, las barras dejaron de usarse y en cualquier lugar hay más cadeneros que meseros (te imaginas el caos para la gente como nosotros). Ya no se puede tomar en un lugar desde las doce del día, ya no como antes, los lugares se vuelven pesadilla... sigo despeinado, sólo que ahora por lo viejo, lo viejo viejo, no lo viejo de toda la vida.
Por cierto, falleció el abuelo... ya no hay nadie que hable de los vientos del norte y las mujeres que valen la pena. La familia entera vive de las discusiones políticas. Y sí, me siento en el infierno.

Saludos