martes, 24 de julio de 2007

14 de 15

Cuando llegué a la mesa susurré a su espalda el siguiente verso. Me niego a sólo pensar poesía y encontré las palabras recordando a mi abuelo. Al viejo le dio por caminar recitando a Mario antes de morir. Susurré porque los versos se hablan y ella volteó sin dejar de leer el poema aunque sus ojos se quedaron en mi cuello, quizás trataba de asfixiarme. Yo pasé saliva y caminé hasta el lugar que quedaba frente a ella, me senté, apuré mi güisqui sin dejar de ver sus hombros descubiertos y esperando a que terminara la lectura. Cuando calló yo quise decirle “Emilia”, pero su mano izquierda se acercó a mis labios sólo para quedarse por un instante en el descuido de mi barba, entonces empezó a recitar su soledad y yo encontré esa angustia afrodisiaca en todo, sentí que leía de mis manos cuando aparecieron los otros en su historia, sus demás. Terminé otro güisqui. Después escondió sus dedos bajo la mesa y antes de que pudiera dejar de hablar yo me paré para pedir otro trago y arrancarle un beso. Nada, giró y yo empecé a convencerla de su personaje, de que revivíamos una incorregible coincidencia. Le dije, mientras me sentaba, que aquella vez era otro bar, los tragos eran más y su falda mucho más corta, que nunca había querido quitarle la ropa a nadie como a ella. Que me acerqué para invitarle el trago que ella me pidió sin conocerme. Para convencerla le juré que tenía un lunar cerca del pezón izquierdo, que esa vez entre sus sábanas descubrí tres páginas de mi novela depaso. Que todavía amanezco sonriendo cuando pienso en los gritos de los vecinos. Ella no dijo nada, separó ligeramente las piernas debajo de la mesa y siguió escuchándome sin dejar de mover los labios en los que yo reconocía el siguiente poema de la noche. Terminé el monólogo argumentando que después de esa noche, de días, donde nos matábamos y despertaba sin ella, jamás regresé a mi piso. Que salí de su cama y de su máquina de escribir para perderme en esta ciudad hasta encontrarla de nuevo. Hubo un silencio medido y empecé a respirar violetas.

viernes, 20 de julio de 2007

13 de 15

Entré al bar un poco más tarde que cualquier otro miércoles, eran las diez menos cuarto. Esto de trabajar horas extras sin paga me sigue matando. En el Malasaña nada interesante, dos mesas llenas, la mesa de billar atolondrada con el abuelo y el grupo de Oaxaca. Todo en entonado cotidiano. Mas cuando me dirigía a la barra un silencio medido llamó mi atención (los silencios medidos taladran) al fondo del bar del lado izquierdo una voz de mujer hablaba poesía... no me volví a ella, sonaba a Benedetti. En un principio pensé que recitaba para una pareja que en ese preciso momento debía de estar en algún otro lado; lo único que me vino a la mente fue el baño. Hay que estar acostumbrado para poder escuchar poesía dado que la primera impresión de un gran poema aterriza en el estómago. Llegué a la barra, no tengo miedo de sentarme a tomar solo y no me considero aficionado de las barras, visto como un problema de comunicación, pues nunca le he dado mayor importancia a mi avidez por la bebida. En esa ocasión decidí la barra por mis imperiosas ganas de ser atendido pronto, la sed es implacable cuando el tiempo se alarga entre los tragos.
Me senté, Don Jesús me acercó el plato de cacahuates que nunca he probado y un vaso repleto de hielos. “Ahora sí. ¿Qué te voy a servir, Pancho?”, casi nunca contesto esa pregunta, generalmente saludo y después él va por una botella de güisqui y la deja de su lado de la barra pero frente a mí, “de todas maneras no tiene caso que perdamos el tiempo en regresar por ella, ¿o sí?" Silencio.
El bar era el mismo pero al intrusa poeta me empezaba a intrigar, yo escuchaba su voz, la plática de las dos mesas detrás de mí y el tono oaxaqueño en la mesa de billar... pasaron dos vasos sin que escuchara a algún acompañante. No sé, podían ser muchas cosas pero después de veinte minutos notabas que ella no leía para nadie, sobre todo porque repetía versos aislados subiendo el tono, o susurraba la última palabra de casi todos los poemas. Terminé por volverme para buscar sus labios-poesía. Seguía sola, el libro frente a ella sostenido por las dos manos; no tomaba, eso seguro, el vaso sobre la mesa había extraviado los hielos a manos de la temperatura nocturna. Me terminé el güisqui y esperé a que Don Jesús me sirviera el siguiente (parece que ese trago fue le tercer verso del primer cuarteto... soneto ineludible), lo levanté y empecé a caminar hacía su mesa.
Dos días después supe que el poema que ella leía cuando me acerqué a su mesa era Bienvenida, hay días en que la vida te patea la espinilla de una manera divertida.


-... yo nostalgio, tú nostalgias y cómo me revienta que....

sigue..




lunes, 16 de julio de 2007

necesito tu espejo

Tendría que escribir algo antes de utilizar a Benedetti... mas callaré hasta robar tu metro y medio de páginas en blanco.

Nuevo canal interoceánico

Te propongo construir
un nuevo canal
sin esclusas
ni excusas
que comunique por fin
tu mirada
atlántica
con mi natural
pacífico.

Mario Benedetti

miércoles, 11 de julio de 2007

08-2006

Recibí la llamada y no dije mucho, qué cómo estaba, que qué tal la fotografía... que mi literatura ya se había cancelado. Aunque mi literatura no fue literatura, ni tampoco era mía y lo que fue se canceló cuando tenía diecisiete y mis cartas dejaron ser cartas para convertirse en casi-cuentos y después en intentos de poesía. Ella me contó que Madrid la estaba cansando, su beca se había terminado y que a pesar de que su papá le había dicho que por dinero no había problema, estaba pensando seriamente en regresarse a vivir a México, no a Querétaro, tal vez a Monterrey o al d.f. Ya no tenía novio y estaba rentando un piso ella sola. No salía con nadie de acá y se había aburrido del jamón serrano (creo que yo le dije que dos años eran más que suficientes para cansarte de todo, no me acuerdo, aunque yo tenía casi 21 años viviendo en la misma ciudad y de lo único que me había cansado era de mí mismo). Después nos despedimos, le pedí su dirección, su teléfono... lo que fuera para quedarme con la esperanza de poder comunicarme con ella alguna tarde revuelta... me dictó todo a su manera, suponiendo que yo tenía una pluma en la mano (que de hecho tenía, como siempre aunque no servía), rápido, como cuando te avientas de cualquier parte demasiado alta (la altura depende de la persona, no necesariamente de la altura de la persona) respiras, cierras los ojos y ya, como el tequila; aunque desde los quince no tomo tequila. Y yo sabía que no me iba a repetir nada porque cuando ella acaba de decir algo pasa de inmediato a otro tema, lo que fue, fue... lo demás se pierde en el acervo de conversaciones telefónicas internacionales... Apunté algo de lo que pude recordar en alguna página de Bolaño, el libro más cercano. Hacía diez segundos se había despedido mandando saludar a todos y prometiendo postales. Colgó sin que yo dijera nada... noté que seguía con la bocina en el oído cuando empecé a escuchar un beep intermitente.

lunes, 9 de julio de 2007

Era otro de tus días, otro espacio sin cronómetro de aventuras alcohólicas porque tu mundo insistía en desbaratarse en pedacitos; el bar vacío, tres mesas ocupadas contando la tuya. Nadie contigo, te habías quedado de ver con tus amigas a las nueve de la noche y tú estabas ahí desde las siete menos diez. Ahí el problema de no ser una niña de planes y de fastidiarse con los horarios. Como si la gente supiera que a las nueve de la noche se le va a antojar una cerveza, o que en dos días querrá ponerse hasta la madre. Faltaban quince minutos para que llegaran el club sudaca y las únicas dos mexicanas que siguen soportando tus depresiones suicidas, los desfiguros... ¿por qué se sigue la tendencia de alejarse de la gente triste? Llevabas tu falda corta y la blusa negra que nunca le gustó a tu ex porque el escote dejaba ver su lunar o tu lunar que siempre quiso que fuera suyo. Recordabas la copa llena de vino que aventaste a la pared de tu cocina cuando notaste que no estaba el mesero guapo. Entonces te paraste para preguntarle al barman que si aceptaban tarjeta –qué bien te vendría un vodka de cortesía, un intento más del chileno de sonrisa triste-, tú te hubieras acostado con él desde que lo conociste pero él se interesó en ti y eso terminó por mandar la fantasía directito a la chingada-. Estabas en eso, en que tal vez ahora sí te lo llevarías a tu piso aunque te dijera que le encanta tu espalda o que la última vez que te vio dejaste una servilleta con una historia que no entiende pero que tiene guardada en su cartera, pensabas en eso y en tu vodka con jugo de arándano cuando entró Guillermo (claro, en ese momento no sabías cómo se llamaba) cruzó el bar de la puerta a la barra, le pidio al barman dos Jack Daniel’s con agua y corrió al baño. Si hubiera estado peinado o caminara en zigzag te hubiera parecido pretencioso, otro hijo de papi recorriendo la España de los hijos de papi, hijos de todo, menos de españoles. Dos horas después te enteraste de que era mexicano y que llevaba seis meses recorriendo Madrid buscando a una exnovia que un día le llamó a su casa para decirle que lo quería...

martes, 3 de julio de 2007

decir...

Las cosas no se escriben para decir. No porque exista algo narratable, argumentable, palabrable ... la necesidad reside en la escritura y no en su interpretación. Sería inútil significarnos en la lectura pues el lector es prescindible. Sólo se pintan las cosas insufribles, las imposibles, las no-cosas; las que se resuelven en todos los idiomas menos en el propio... no hay creación criticable o injusta. Todo el tiempo hay nada que decir, sobre todo con los dedos, pero me aterro y trato de no quedarme callado.